Kids Readings

Coco y la luna

TBD

El perro y la cometa magica

Érase una vez un perro conocido por sus grandes dotes artísticas. Aquel perro era un auténtico fabricante de sueños y de alegrías, gracias a las cometas artesanales que fabricaba. Preciosas estelas que surcaban el cielo tiñéndolo de deliciosos colores.

¡Era tan feliz haciendo lo que hacía! Haciendo feliz a montones de niños que, boquiabiertos con las cometas, conseguían convencer a sus padres para llevarse una y hacerla volar al aire libre.

Tal era el entusiasmo de hijos y padres, que pronto se corrió la voz de la existencia del perro artista. La gente se congregaba los domingos por la mañana en el parque de la comarca para ver el espectáculo de formas y colores que se producía en el cielo con el vuelo de las cometas.

El perro artista, al contemplar aquel espectáculo y aquella alegría, decidió afrontar el mayor reto de su vida como fabricante de cometas. Y decidió embarcarse en la construcción de una cometa gigante y espectacular. Una vez la terminó, decidió decorarla con colores y materiales únicos nunca vistos.

Decidido a ponerla a volar, acudió al parque y fue arrastrando la cometa a gran velocidad para conseguir alzarla en vuelo. Aquella cometa era tan grande y colosal, que arrastró también con ella al perrito artista. Nunca volvió a ver a aquellos niños y a aquellos padres del parque.

Pero no os preocupéis, amiguitos, que el perro artista consiguió hacer felices con sus cometas a miles de niños de todo el mundo. Eso, y volar entre las nubes gracias a su cometa mágica y colosal.

Desde luego, como artista, había conseguido tocar el cielo…

La luna de queso

Alba, Rita y Román jugaban en su cabaña en el árbol cuando escucharon unos ruidos que procedían de un claro del bosque. El sol se había puesto y la oscuridad empezaba a caer sobre Villablue, pero de aquel claro emanaba un extraño resplandor.

Los niños se acercaron con sigilo, escondiéndose tras los arbustos para poder observar sin ser descubiertos. Y lo que vieron les dejó helados: ¡Unos extraterrestres correteaban alrededor de una nave espacial!

-¡Vámonos, si nos descubren nos llevarán a su planeta y experimentarán con nosotros! Lo vi una vez en una película- dijo Román.

Rita permanecía muda. Estaba muy asustada. Pero lo cierto es que aquellos extraterrestres no parecían una amenaza. Jugaban, saltaban y reían. Alba se dio cuenta de que eran niños, como ellos.

-¡No nos harán nada! Sólo quieren jugar – les tranquilizó Alba.

Y antes de que ninguno de ellos pudiera reaccionar, Alba ya se dirigía hacia ellos con decisión.

-¡Hola! Os damos la bienvenidos a Villablue. ¿Os habéis perdido?

Los extraterrestres no hablaban su idioma, pero disponían de un sistema de traducción automático para comunicarse con los terrícolas.

-No, conocemos muy bien la Tierra, solemos venir una vez al año de excursión con el colegio.

Los extraterrestres le explicaron a Alba que, a veces, cogían “prestada” la nave espacial de su padre y se aventuraban por el universo.

-¡Guaaaauuuu! Me encantaría conocer la luna. ¡He oído que está hecha de queso!

Los extraterrestres se miraron, contrariados, ya que no sabían lo que era el queso. En su planeta no existían los mamíferos y, por lo tanto, no tenían leche para hacer queso.

-Si queréis podéis acompañarnos- invitó el pequeño extraterrestre.

Alba estaba contentísima ¡No podía creerse que fuera a viajar al Espacio! Pensó que sus padres no se preocuparían, ya que tenía permiso aquella noche para dormir en la cabaña del árbol. Le costó un buen rato convencer a Rita y a Román, pero, finalmente, los tres subieron a la nave. ¿Qué otra oportunidad en la vida tendrían de subir a una nave espacial?

El despegue fue espectacular. ¡Rapidísimo! Una vez atravesaron la atmósfera, Alba vio cómo la Tierra se alejaba cada vez más y más. La nave extraterrestre era increíblemente rápida.

No pasó mucho tiempo hasta que comenzó el descenso. ¡Habían llegado a la luna! Los extraterrestres les dieron unos trajes espaciales antes de abrir la compuerta.

¡La luna era alucinante! Más que caminar, había que moverse dando pequeños saltos, casi como flotando. ¡Era muy divertido! Sin embargo, Alba quedó un poco decepcionada al descubrir que la luna no estaba hecha de queso: su dura corteza era de piedra y polvo. No había nada más que cráteres, no eran los agujeros de queso Gruyere que parecían cuando se la veía desde la tierra.

Aún así, niños y extraterrestres lo pasaron en grande. ¡Jugaron y rieron tanto que les entró un hambre de lobo! Afortunadamente, Alba, Rita y Román llevaban en sus mochilas todos los víveres con los que pensaban pasar su noche especial en la cabaña. Así que organizaron un inusual picnic. Galletas, sándwiches, aceitunas, patatas fritas… ¡y distintos tipos de queso! ¡A los extraterrestres les encantó!

-Menos mal que la luna no está hecha de queso, si así fuera, hace tiempoo que ya nos la habríamos comido, dijo uno de los extraterrestres.

Todos rieron con ganas. ¡Terrícolas y extraterrestres habían pasado una noche formidable! Una experiencia que no olvidarían jamás.

Desde aquella aventura, Alba siempre miraba al cielo en las noches de luna. Y a pesar de haber comprobado por sí misma que se trataba de un cuerpo celeste hecho de roca, nunca dejó de imaginar que era un gran queso Gruyere.